por Nubia Amparo Rubio Moreno*
Es de noche en el viejo mercado de Ruán. La mujer que hizo recordar la vieja profecía se encuentra encarcelada con las piernas atadas. La profecía contaba que el reino perdido por una mujer, Isabel de Baviera, sería salvado; como escribiría Twain, por una virgen guerrera. Juana, la guerrera, la doncella, consiguió recordar la profecía y se apropió de ella. Con solo diecisiete años convenció a las altas cortes francesas que cumplía con esa misión sagrada y la vida se le fue en eso, como a todos los mártires.
Es de noche, el frío entra espeso por los espacios de los barrotes. La mujer en duermevela sentada con los pies atados, el cabello estático en su cabeza, el hilacho de vestido; piensa en Dios y en sus ángeles y santos que antes le hablaron al oído. ¿Qué destino le depara? ¿Con qué instrumento se encenderá la llama que convertirá la virgen en ceniza? y más, ¿Dónde irán a parar las cenizas? La hija de pobres campesinos no recuperará nunca la lana que hilaba al lado de su madre. Me pregunto si después de su salida de Domrémy alguien cuidaba de su rebaño en los prados del Mosa, o si quedaron solos, menos solos que ella.
Con las piernas húmedas, la mirada sin un rastro de alegría. ¡El pobre padre no será acompañado en el arado! La Doncella perdida sólo será amada por los pobres y desdichados, a quienes no dejó nunca de socorrer y consolar, seguirán avivando la llama de su recuerdo. El recuerdo conservará que la pucelle atendía enfermos, como al pequeño Simón Musnier, su vecino. Instalándose a la cabecera de su lecho, le cuidaba durante la noche y el enfermo mejoraba. Quijones en su Juana de arco, la espada de Dios dirá que era soñadora, gustaba al ocaso contemplar el firmamento sembrado de astros o seguir de día las gradaciones de la luz y de las sombras. Pero, todo esto es ido, la mujer en duermevela contempla la pared enmohecida, presiente lo inevitable, morirá, y sabe que va a morir: se encamina a ser mito. Juana de arco, la espada de dios
Las voces esta noche están ausentes.
Deben de ser las 9 y media y Juana no sabe cuántos años tiene. Sabe sí, que hace un año las voces le profetizaron su muerte —le profetizaron también— el triunfo de los franceses sobre los ingleses. Afuera, el sonido metálico en la puerta, los toscos carceleros ingleses no quieren que Juana de Arco duerma, ni en vísperas de su muerte. ¿De qué se le acusa? si ya se desvirtuó la idea de la Juana relapsa, herética, y excomulga. ¿Es por llevar ropa de hombre? y luego de hacer la renuncia a su ropa de hombre, ¿de qué? Si fue porque intentó escapar lanzándose de una torre del castillo de Felipe II de doscientos metros, y no murió, lo cual condujo a que la acusaran de hechicera. Será que se le acusa de su valentía, de ser mujer y erigir su feminidad sobre el yugo masculino, y más bien, por revelada.
Son las 10 pm y Juana por fin entiende que la muerte, como una enredadera, se le empieza a regar adentro, fría, por todas partes. El recorrido de la luz entrando por la reja, es la revelación clara del tiempo que se acorta pues mañana en la mañana, en el viejo mercado de Ruan, arderá una santa. Después de su muerte tendrán que pasar doscientos años para ser declarada santa. Ahora, en el absurdo presente imperfecto faltan pocas horas para hacer realidad la condena y ejecutar por herejía en un juicio inquisitorial la osadía hecha mujer.
Las voces esta noche están ausentes.
Si algo está presente en su cabeza es el recuerdo de la vieja madre y los amigos de infancia, al pensar en la infancia perdida solo puede sentirse nostálgica, ausente, quizá con un poco de arrepentimiento de haber pasado de campesina a guerrera, luego recuerda la traición, la voluntad divina, se llena de fuerza. Por un momento, a pesar de las piernas atadas y el frío pudo dormir y soñar:
Primero el rey ungido cabalga por los prados y se apea del caballo en un árbol seco, fractal, el cielo es oscuro y hay un eco de tiniebla. Juana, no quiere acercarse , contempla desde lejos el rey que después de arrodillarse frente al árbol emprende de nuevo su camino, en el horizonte la figura va desapareciendo ; luego hay un bosque y unos niños jugando, suena la vieja canción de cuna que cantaba su madre, los niños corren juegan dan vueltas, el árbol es verde y lleno de frutos, unos seres pequeños similares a hadas, o gnomos, seres del bosque la llaman a jugar, se siente tranquila, bajo el árbol hay un lugar donde descansar los pies de tanto palpar un camino sin otro destino aparente que la muerte, es el llamado de la infancia, y el intento inconsciente de recobrar la tranquilidad. Se siente frágil y flotante. «Yo tenía trece años cuando escuché una voz de Dios», le dice Juana a los niños, pero despiertos parecen dormidos, no escuchan.
Lo cierto es que las voces de Dios llegaron un día cuando tenía 12 años al mediodía en el jardín de su padre. Su pequeño cuerpo se llenó de pánico y temor, la voz venía del lado de la iglesia y era clara como las risas de los niños del sueño y el eco de la tiniebla.
Fuera del sueño uno de los guardianes ingleses entró en la celda donde sentada dormía Juana. Un golpe seco lanzó la doncella al suelo. Despierta, no siente miedo ni rencor, ni odio, ni voluntad de decir palabra. Recordó que, de niña, entre sus amigos corría el rumor de que cuando alguien estaba próximo a morir y estaba en comunión con dios veía en su sueño un árbol fértil, Juana lo había comprobado muchas veces de niña, varios vecinos, niños, que habían tenido el sueño habían muerto pocos días después, pero por otra parte el sacerdote, en plena homilía contó el sueño de un árbol seco y desgajado, el sacerdote murió días después. Juana se sintió tranquila por ella, y preocupada por el rey, incluso tirada en el suelo, indefensa, rezó por el rey, rezó por Francia, rezó por su alma...
Es mayo y el tribunal ya unos días antes había dictado la sentencia que la consideró apóstata, mentirosa, mujer de herejía y blasfemia hacia Dios y los Santos.
Piensa ideas abstractas, nada se conecta y sus emociones son un vórtice, un huracán, le duele el pecho, arden sus ojos. No puede llorar. Llega el verdugo. Es el momento. Los goznes de la puerta producen un ruido agudo.
Afuera, la muchedumbre grita, salta, se conmociona. Ella no los mira, todo le parece lejano. Las manchas de su túnica y el cabello estático la distraen. La suben, la amarran, ella se deja hacer. Huele su propia fetidez y eso le recuerda que aún está viva.
La masa humana que la injuria, el hombre que enciende la paja, ella misma, son parte de un mismo sueño alucinante. La humareda la sega, comienza a toser, algo como las fauces de un tigre se abre a sus pies y del abismo oscuro del humo surge una lenguarada de fuego. Quiere hacer el tránsito con los ojos abiertos, no grita, no se fuerza, todo se desgaja, se ausenta, se despide. En la mitad de la multitud, la pupila de una niña, refleja la llama.
*Nubia Amparo Rubio Moreno es Socióloga y Magister en Planeación Socioeconómica. Docente Departamento De Humanidades y Formación Integral de la Universidad Santo Tomás. Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
Revista Sol de Aquino. ISSN 2744-8487 (En línea) Número 19 (enero-junio de 2021)